22 de junio de 2009

Maniobras estéticas en la infancia: Muerte en Venecia




Se llamaba Michael Spars. Tenía 12 años, cuando una noche, no recuerdo de qué mes, se sentó delante del televisor para ver la película de la semana. Era Muerte en Venecia, de Visconti. A los pocos minutos de su visionado, sintió un shock espasmódico-estético, sólo parangonable a una visión de un cuadro de Piero de la Francesca, un escote seductor en el puerto de Mónaco, o el golazo del Pichón Marcos en la final de Copa en Zaragoza. Deseaba a cada instante que Dirk Bogarde se cruzara de nuevo con el efebo, que sus miradas se encontraran, que el grácil joven fuera haciéndose consciente de su poder, del embrujo sobre el venerable compositor, trasunto de Mahler, pero fenecido en la ciudad de los canales como Wagner. En la escena del ascensor, donde Bogarde era presa del ahogo y de una posible congestión, nuestro hombre-niño deliraba.



Lo demás era accesorio, Silvana Mangano, los interiores de los hoteles, las casetas de los baños. Luego llegó la peste, la muerte, las gotas de tinte que resbalan por la sien de Bogarde. La película termina. Michael Spars, confuso, sale del salón, huye de la estancia, busca la soledad parapoder reflexionar, para poder tragarse la bola inmaterial que le obtura el pecho. Llega al dormitorio de sus padres. Qué hacer, cómo combatir este éxtasis, qué demonios me ha pasado? Pone en marcha el transistor que reposa en la mesilla. Y suena la cannción Souvenir, de OMD, y se produce la conexión, la magia, una asociación que perdudrará años, siglos o milenios, si el infierno o la metempsicosis son verdaderas. Cada vez que suene la canción Souvenir, llegará como un reflujo de infancia y de belleza, las escenas de Muerte en Venecia, Tadzio el niño polaco y el artista derrotado ante su visión.



Con el tiempo, Michael Spars, ya en su edad madura, aquejado por la misma búsqueda de lo estético, se pregunta, por qué me ocurrió aquello? Busca razones, las necesita. Descarta la homosexualidad como leit motiv, y se indigna con quien sólo vea en aquella relación, a un señor mayor que descubre que le gustan los muchachitos y si es en bañador a rayas, mejor. Una vez en una fiesta, amigos y conocidos le preguntaron a Spars por sus tendencias eróticas: " a mí me gustan las mujeres, pero donde esté un buen efebo..." Aquellos pobres infelices no captaron los puntos suspensivos de la frase de Spars, pensaron en lo equívoco de su tendencia, en una perturbadora ambigüedad. Nada de eso, el efebo valía como símbolo de la belleza. Da igual el sexo de la criatura, da igual que sea vegetal, animal o humano. La razón de su poder estriba en que desprende belleza. Sólo un ser sensible está capacitado para atender su reclamo, pero también un ser sensible puede ser destruído, si el cúmulo de perfección, como en el caso del joven polcao Tadzio, roza la divinidad. Es como un joven Apolo que ciega y agosta mis ojos, y a pesar de eso asumo el castigo como una bendición por poder contemplarlo.



Dos ideas o conceptos, presentes en la película, han modelado la plastilina blanda y pulida de mi cerebro, desde el día en que la vi. Una de ellas, es el concepto de enganchón, el hecho de gozar con la visión de lo amado, de lo deseado o admirado, retrasar al máximo cualquier acción, gozar y gozarme en una especie de voyerismo platónico, que jamás roza la vulgaridad. No se trata de espiar a alguien a punto de desnudarse en una alcoba, sino de descubrir en lo cotidiano la belleza, en otorgar a lo transitorio carta de naturaleza con mi observación, que también sirve de homenaje.



La iotra idea es el concepto de ciudad decadente o enferma , como la Venecia aquejada por la peste en la película. Percibo en las fotos del pasado un realismo que me es propio, con un cierto toque malsano o de enfermedad, de lepra sobre el papel de la foto o las personas que la integran. Si veo fotos antiguas de Alejandría me viene a la mente el ya enfermo Kavafis, las tabernas, los callejones, sus olores acres, la humedad de sus paredes desconchadas. Qué decir de la Trieste de Italo Svevo, calles adoquinadas, edificios almohadillados, cobran vida, son míos, o yo soy de ellos. O las fotos de Rimbaud, en Africa, diluidas, que parecen presagiar el cáncer que posteriormente roería al poeta francés.



Todo esto es, ha sido, y será Muerte en Venecia para mí. Es curioso que el album de OMD donde está el tema Souvenir se titule Arquitectura y Moralidad. Pues esta película trata para mí esos dos temas, la ciudad como suprema creación arquitectónica, o suma de arquitecturas, y la moralidad de quien al menos se plantea la relación entre los dos protagonistas del film, y en la que tiene que tomar partidop por sus opiniones, bordeen estas o no la cuestión moral. Lo que demuestra, que Michael Spars, sin necesidad de dioses, sí cree en ciertas conexiones de las cosas.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Michael Spars, vos sos un poco gay, ¿no?.

¿Silvana Mangano accesoria?

¡Sos un depravado y un vicioso!

curro dijo...

Lo que sentiste/sentimos ( incluído el personaje de Dirk Bogarde ) con la película, se llama síndrome de Stendhal.