2 de julio de 2009

Elodie



He cumplido las disciplinas, me he impuesto una sanción: 150 flexiones, en tandas cortas, colgarme por los pechos, con dos garfios unidos a cuerdas de alta resistencia, en mi cuarto de baño, como Richard Harris en Un hombre llamado caballo. He pecado, un hombre no debe jamás olvidar a sus musas, y yo lo hice. Volver a recordarla fue como un relámpago, un flash, un shock con profundas convulsiones eléctricas. Merecía mi castigo. Me había olvidado de Elodie Bouchez, la actriz gala. Baste con eso.

En mi vida intento un equilibrio entre mis musas. Las espirituales y las perversas. Más o menos un 50 por ciento. Esa es la teoría. Una benéfica temporada de arte, o las oscuras fases de mis tentaciones, pueden decantar la balanza a uno u otro lado. Elodie Bouchez es una de las pocas musas de mi panteón, que puede funcionar bien en los dos bandos. Pureza junto a sexualidad arrolladora, un hombro en el que llorar y compartir eso que se llama la vida, o un cuerpo elástico y desafiante, con el que desfallecer en apartamentos megaurbanos, con grandes hélices ventiladoras. Cuentos y cómics, un vestido de verano, o cuero ceñido.

Elodie fue mi musa en el cambio de siglo. Allá por el 98, más o menos, la descubrí. Yo era una piltrafa, por culpa de un asuntillo sentimental (reflejo con el diminutivo, lo minúsculo y nimio de aquella experiencia), que dinamitó mi interior, hasta el punto de que una pequeña depresión, un dejar escapar los días y una sensación de completa inutilidad personal, me hundieron en el marasmo. Poco a poco y con la ayuda de pequeñas metas, conseguí recuperarme. Fue en aquellos días, cuando en un aula de cine universitario, vi La Vida Soñada de los Angeles, celebérima película, multipremiada y con justicia. En ella Elodie encarnaba un papel que es el sueño dorado de cualquier actriz, la chica de buen corazón que rula por el mundo y comparte piso, experiencias y vida, con una amiga más cercana a las sombras y al desequilibrio, y que por culpa de una nefasta relación amorosa, pierde el Norte de su vida. Mi identificación con aquella mujer destrozada fue total, y pocas veces mi llanto fue tan intenso, junto con la inquietud por un cine abarrotado que pudiera observarme. El ser humano sufrió, pero el buscador de mitos, y de referentes se enamoró de Elodie, o quizá más bien del personaje.

Junto a esta obra, Elodie se me apareció fresca y casi niña en Los Juncos Salvajes, amiga ideal de adolescencias confusas, o en la tórrida Demasiada carne, celebración del sexo sin cortapisas, en un microcosmos hostil y claustrofóbico. He ahí todo mi bagaje visual con respecto a la Bouchez. Después llegó la mitificaciómn, el culto, la búsqueda de fotos, reportajes, noticias, el tostón que doy a mis amigos exigiéndoles la escucha sobre la mujer ideal de mis fantasías y sueños. Incluso colegas míos, corresponsales parisinos, me advirtieron de que Elodie transitaba por el lado sexual de la cinematografía y también de la vida ( parece que su número de relaciones es elevado), con continuas propuestas eróticas y subidas de tono. Quizá fue todo una leyenda, o un par de films en un momento crucial y sensitivo de su periplo, qué más me da.

Luego la vida me llevó por otros derroteros, otras aventuras, y sí, la olvidé, o la dejé apartada. No puedo creerlo, ese rostro aniñado y travieso, las gruesas cejas que configuran un atractivo indudable, la sensual boca, su golosa dentadura. Pero nunca es tarde en el campo de la mitomanía, sea esta glamurosa o de brocha gorda. Hace poco descubrí que uno de los últimos trabajos de suncarrera, donde ha destacado, es en el papel de la asesina a sueldo Renée Rienne, en la quinta temporada de la serie de TV Alias. Una buena amiga mía dice que es una serie donde las inverosímiles pruebas de James Bond se han posmodernizado. Serie de culto, o morralla para tardes grises? No lo sé, pero quizá me haga con esos capítulos, el verano es largo y con muchas horas muertas.

He vuelto a ti, Elodie, perdóname, y celebremos este reencuentro con una realidad virtual de cenas, champagne y proyecciones, donde un apagón inesperado nos permita el roce de pieles voltaicas y juegos subterráneos.