18 de junio de 2009

Lo que me evoca el 1er movimiento de la 4ª sinfonía de Malcolm Arnold






















Amo la música. Me encanta comprar discos, ir a conciertos. Pero no sé música. Conozco los rudimentos, las escalas y modos, el círculo de quintas, el concepto de acorde, sé lo que es un canon, una fuga o la forma sonata. Pero una partitura completa, es para mí un arcano. Sin embargo soy de los que disfruta con la pregunta de por qué la música consigue emocionarme a pesar de mi ignorancia. Parece como si hubiera algo por encima de la técnica, algo misterioso e insondable que ha intrigado a filósofos de todos los tiempos (Platón y Schopenhauer son ejemplos de manual), y sigue justificando nuestra compulsiva necesidad de escucha, como si fuese una droga auditiva que en vez de destruirnos nos fortalece y eleva.















Hoy voy a hablar de las emociones que la música me transmite, de lo que me evoca. Puede ser una sensación física de placer, puede moverme al recuerdo, ser sinónimo de una imagen, traerme un aroma, una vivencia, o agudizar una pena. El cúmulo de situaciones es infinito. Utilizaré como ejemplo el primer movimiento de la 4ª sinfonía de Malcolm Arnold. Me acerqué a este compositor británico gracias a su biografía,llena de luces y también de sombras, algunas terribles. Más conocido por sus bandas sonoras, me adentré en su corpus sinfónico, que suma un total de nueve partituras en su haber. Adquirí el ciclo que para la firma Naxos, grabó Andrew Penny con la Orquesta Nacional de Irlanda, y con la presencia del compositor en algunas de las sesiones de grabación y que utilizaré para las cuestiones de minutaje.
















La cuarta sinfonía se compuso y estrenó en 1960. El clima tenso que se respiraba en Notting Hill por entonces, y que motivó la creación de su famoso Carnaval, parece que inspiró a Arnold en el uso de percusiones y ritmos africanos e indios, no sé si a modo de protesta o gesto solidario. Es fácil de escuchar y no tiene ninguna dificultad para un oyente medio. El primer movimiento me ha obsesionado desde que lo escuché por vez primera. En apariencia sencillo, sólo usa tres temas fundamentales que reaparcen en diversos momentos o son reelaborados, con secciones de enlace a cargo, fundamentalmente, de metales y percusión. Cada uno uno de estos tres temas me provoca sensaciones diversas. Yo les denomino, respectivamente, Tema físico, Tema Bullit y Tema David Niven.












El primer Tema, Tema A o físico aparece pronto, alos 21", y en 5´22" es tocado atractivamente por trompetas, aunque en 9, 30" alcanza un clímax que personalmente es el que prefiero. No es complejo ni barroco,al principio simplemente es enunciado por las cuerdas. Es breve y a mí me entra a la directa. Le llamo Tema físico, porque produce en mí las sensaciones placenteras que considero típicas al oír música: una punzada en la boca del estómago, más o menos permanente y, o, en su defecto, un hormigueo en la zona de la columna junto a la base del cráneo, que irradia hacia el resto del cuerpo un bienestar relajante. He comprobado que dichas sensaciones eran más intensas y continuas en mi infancia y juventud, pero todavía se siguen produciendo, lo que demuestra que no estoy muerto del todo.
















Con el Tema B o Bullit entramos en las sensaciones visuales. Cuando lo escucho me imagino una película o telefilm de policías yanquis de los 60. Elijo Bullit porque la imagen de McQueen es la que mi mente dibuja, jersey o sueter de cuello vuelto, y pistola debajo de la axila, pero me gusta pensar en una película imaginaria, inventada por mí, eso sí, llena de todos los tópicos consabidos del género El Tema se anuncia de forma breve a los 2´10" pero es a los 10´44" cuando adquiere un protagonismo absoluto de banda sonora. Su percusión y el uso de las flautas me transmiten angustia, preocupación, un argumento que se enrevesa, primeros planos de los rostros de los polis, que saben que algo no va bien, división de la pantalla en pequeñas viñetas que nos informan de diversas tramas dentro del supuesto film: el soplón no aparece a la hora, no suena la llamada del agente infiltrado, la chica del bar de mala muerte y vestido rojo, toma un avión para Chicago, sin una razón aparente, el prota, que ha tenido que entregar arma y placa a su jefe, y está al borde del divorcio, mira con preocupación al vacío, imágenes de cristales rotos, un cenicero lleno, whisky, una ruleta de juego, llantas de neumático en movimiento, autopistas, aeropuertos, maletines. Y por supuesto, Robert Vaughn, con su rictus de amargado.












Un aroma retro invade mi escucha cuando brota el Tema C, David Niven. Almíbar en tecnicolor. Aparece en 2´43" y se va repitiendo alo largo de la pieza, tomando a veces un cariz intimista . David Niven, con smoking blanco, y ya lejana su juventud, se halla con su amante también de mediana edad, en una oscura pérgola. A lo lejos, la orquestina y los farolillos. Bajo la hiedra, las estatuas de unos amorcillos son testigos de una escena de galanteo pasado de moda, ceremonial, exquisito y envarado. Echando la vista atrás, descubriendo que una llama pervive en sus corazones, enamorados, casi más del amor que de ellos mismos, bailan gracias a la lejana melodía, sus rostros pegados mejilla con mejilla, el ruido de las hojas muertas pisadas, y las estrellas y la brisa, culminan el idilio. Digna puesta es escena para una comedia de estilo británico, que podría haber dirigido David Lean, con el que Malcolm Arnold colaboró tantas veces.









Un inciso final: hay un DVD sobre la vida de Malcolm Arnold, dirigido por Tony Palmer, titulado"Toward the unknown region", en el que se analizan detalles de la vida el compositor británico, con testimonios de quienes le conocieron. Su atractivo se ve lastrado por la ausencia de subtítulos en castelleno pero dejo abierta la puerta a su adquisición.

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