Con la adquisición este fin de semana del dvd con la comedia Les paladins de Rameau (1683-1764), puedo decir que poseo casi la totalidad de las obras mayores del compositor galo, da igual el formato. Tan solo me falta la pastoral heroica Zais, en la inencontrable y cara versión de La Petite Bande dirigida por Kuijken, en el difícil sello Still. Mi relación con Rameau es ya larga, y puedo decirlo, es un amor constante y con fruto. Ya en una clase de música en Bup, al leer en un libro el nombre de Rameau, sentí extrañas vibraciones, un cosquillero especial, y aún no había escuchado nada de su música! Fue al comienzo de mis años universitarios cuando empecé a probar bocados de esas delicias. Por entonces era un furibundo haendeliano. Pero mientras Haendel ha pasado a un segundo plano, el compositor de Dijon es lo más cercano al matrimonio feliz que puedo conocer en mi extraña vida.
Por qué me gusta Rameau? Muy sencillo, porque me llega más que ningún otro, porque, cuando lo escucho, siento que yo, y solo yo, soy el destinatario de su música, aunque hayan pasado más de trescientos años desde su nacimiento. Porque parece que su lenguaje musical, el sello personal que transmite cuando oímos sus obras, ese lenguaje, repito, lo llevo en la sangre, de forma innata y no necesito diccionarios. Me siento por tanto, afortunado. Pueden gustarte obras , temas, canciones diversas, pero encontrar a un músico, que casi siempre que le escuchas, sintoniza contigo, y te electriza la piel, eso es un regalo impagable.
Rameau es un compositor operístico, encuadrado en el barroco tardío, heredero de la tragedia lírica francesa de Lully, del alejandrino y la pomposa declamación. Esto es importante para los que se estrellan con sus recitativos, pues las tragedias líricas de Rameau, como su nombre indica, no son música sino drama, teatro. A pesar de ello, cualquier acto escogido al azar de una de sus obras mayores, a pesar de la mezcolanza de arias, ariosos, coros o danzas, posee una unidad, un ensamblaje que lo liga a la tradición de aquellos músicos que ven en la ópera un vehículo de acción dramatica y no tan solo virtuosismo vocal, belcantismo. Pienso en Monteverdi, en Gluck, Berlioz, y Wagner. Creo que Rameau es el más wagneriano de los operistas barrocos, y aún siendo distintos en lenguaje y concepciones, percibo similitudes entre ellos.
Pero donde Rameau muestra mejor su magia, es en sus innumerables danzas, que muestran un vitalismo y sentido del ritmo admirables. Difícil es quedarse quieto al escucharlas sin que un pie, o una mano se muevan de forma involuntaria. A la par, su poderosa paleta orquestal, en una formación como la barroca, no lo olvidemos, reducida en comparación con orquestas sinfónicas, alcanza verdaderos milagros. En ello la retórica muscial del XVIII, con sus tempestades, terremotos, tormentas, monstruos que surgen de las aguas, es un aliado más, pero el sello de Rameau en estos pasajes orquestales, es inconfundible. De audición obligada, pues, las grandes tragedias, Hipolito y Aricia, Castor y Pollux, Dardanus, Zoroastre, Le Boreades, sus comedias Platee y Les Paladins, su opera ballet Las Indias Galantes, sus pastorales Nais y Zais, algunas obras en un acto, como Anacreon o Pigmalion. Quien se acerque a ellas percibirá un universo propio, la huella del gran Rameau, creador de los fundamentos de la armonía moderna.
Hace poco estuve en una conferencia sobre Wagner. El ponente, se declaraba fan incondicional del sajón, y decía que su música le había hecho llorar. Pues bien, si con algún músico he llegado a la llorera es con Rameau. Como ejemplo este aria que extraigo de You Toube, "Yo vuelo, amor, donde tú me llames , préstame tus alas..." de la ópera Les Paladins. Esta misma tarde, escuchándola, he sentido los temblores que anuncian la catarata lacrimosa.
Gracias una y mil veces Jean Philippe, por hacerme partícipe de tu genio, y llevarme a las alturas más frondosas de la felicidad.
Por qué me gusta Rameau? Muy sencillo, porque me llega más que ningún otro, porque, cuando lo escucho, siento que yo, y solo yo, soy el destinatario de su música, aunque hayan pasado más de trescientos años desde su nacimiento. Porque parece que su lenguaje musical, el sello personal que transmite cuando oímos sus obras, ese lenguaje, repito, lo llevo en la sangre, de forma innata y no necesito diccionarios. Me siento por tanto, afortunado. Pueden gustarte obras , temas, canciones diversas, pero encontrar a un músico, que casi siempre que le escuchas, sintoniza contigo, y te electriza la piel, eso es un regalo impagable.
Rameau es un compositor operístico, encuadrado en el barroco tardío, heredero de la tragedia lírica francesa de Lully, del alejandrino y la pomposa declamación. Esto es importante para los que se estrellan con sus recitativos, pues las tragedias líricas de Rameau, como su nombre indica, no son música sino drama, teatro. A pesar de ello, cualquier acto escogido al azar de una de sus obras mayores, a pesar de la mezcolanza de arias, ariosos, coros o danzas, posee una unidad, un ensamblaje que lo liga a la tradición de aquellos músicos que ven en la ópera un vehículo de acción dramatica y no tan solo virtuosismo vocal, belcantismo. Pienso en Monteverdi, en Gluck, Berlioz, y Wagner. Creo que Rameau es el más wagneriano de los operistas barrocos, y aún siendo distintos en lenguaje y concepciones, percibo similitudes entre ellos.
Pero donde Rameau muestra mejor su magia, es en sus innumerables danzas, que muestran un vitalismo y sentido del ritmo admirables. Difícil es quedarse quieto al escucharlas sin que un pie, o una mano se muevan de forma involuntaria. A la par, su poderosa paleta orquestal, en una formación como la barroca, no lo olvidemos, reducida en comparación con orquestas sinfónicas, alcanza verdaderos milagros. En ello la retórica muscial del XVIII, con sus tempestades, terremotos, tormentas, monstruos que surgen de las aguas, es un aliado más, pero el sello de Rameau en estos pasajes orquestales, es inconfundible. De audición obligada, pues, las grandes tragedias, Hipolito y Aricia, Castor y Pollux, Dardanus, Zoroastre, Le Boreades, sus comedias Platee y Les Paladins, su opera ballet Las Indias Galantes, sus pastorales Nais y Zais, algunas obras en un acto, como Anacreon o Pigmalion. Quien se acerque a ellas percibirá un universo propio, la huella del gran Rameau, creador de los fundamentos de la armonía moderna.
Hace poco estuve en una conferencia sobre Wagner. El ponente, se declaraba fan incondicional del sajón, y decía que su música le había hecho llorar. Pues bien, si con algún músico he llegado a la llorera es con Rameau. Como ejemplo este aria que extraigo de You Toube, "Yo vuelo, amor, donde tú me llames , préstame tus alas..." de la ópera Les Paladins. Esta misma tarde, escuchándola, he sentido los temblores que anuncian la catarata lacrimosa.
Gracias una y mil veces Jean Philippe, por hacerme partícipe de tu genio, y llevarme a las alturas más frondosas de la felicidad.
3 comentarios:
Oh Rameau! Cuantas tardes en la fria y dura piedra siendo testigo de esa evolucion...
El video no tiene desperdicio, y la jeta de la tenor cuando se la ve en primer plano y sin música parece...
Qué vergüenza de vídeo! Dimisión!
La verdad amigo, que a mi me pasa exactamente lo mismo cuando escucho la música del gran Rameau!!!, es magico, inexplicable... pero se me eriza la piel al oir sus recitativos, arias..., me llega hasta las lágrimas!
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