(Escrito con una buena dosis de vino, en honor y homenaje a mi siempre amado Sebastian Flyte).
Me he hecho con el dvd de la serie británica Retorno a Brideshead, una serie que en su día formó en mí un referente y que nunca me ha abandonado a lo largo de mi vida. Creo que en televisión fue emitida tres veces, y las tres me la tragué. También compré el libro en la edición de bolsillo de Tusquets, y, por supuesto renuncié a la nueva propuesta cinematográfica de la misma, hará cosa de un año, pues me pareció ofensivo crear algo que intentara competir con la perfección misma.
Descubrí esta serie cuando tenía doce o trece años. Quizá a esa edad no captas ciertos contenidos o temas de la misma. Hoy pienso que da igual. La cualidad más maravillosa de Retorno a Brideshead es el hechizo que en mí provocó, desde un primer momento, como si estuviese frente a una serpiente que se erguía ante mí ofreciéndome sus encantos ocultos. No sé si fue la imponente visión del castillo de Howard, la mansión donde en buena medida se desarrolla la trama, la ambientación excepcional, ese toque de la Inglaterra de entreguerras tan perfecto en sí mismo, los magníficos actores, la deliciosa melodía barroca que compuso Geoffrey Burgon y que varía hasta el infinito, en estilos, instrumentación o carga dramática. Todo eso y más me sigue sugestionando.
Voy por el capítulo noveno de los once que componen la serie. Sin cambiar en lo más profundo lo que pienso de ella, sí creo que yo la titularía "Sebastian", porque lo quiera o no, el personaje de Sebastian Flyte, interpretado por un Anthony Andrews en estado de gracia, es lo más atractivo y lo que más me llegó adentro en un principio. Por supuesto que el elogio de la amistad entre él y Charles Ryder, sobre todo en los primeros capítulos, es esencial. Quién no cree en el poder seductor de un amigo tras su visionado. Por contra, cuando el eje de la narración pasa a la relación de Charles y Julia (Jeremy Irons y Diana Quick), se apodera de mí una sensación de cansancio, como si convertirse en un cuarentón, o en una persona madura fuera un aburrimiento, un pestiño insufrible. Es más, la serie comienza con la voz en off de Charles Ryder: " Ahora, a los treinte nueve años, empiezo a sentirme viejo". Aparte claro está de otro tema de Retorno, la visión que se puede tener en Inglaterra de una familia católica o del catolicismo mismo, visión curiosa de entomólogo, no exenta de exotismo, pero que para mí, educado en férreas tradiciones católicas, me dice bien poco.
En efecto, Retorno a Brideshead es un elogio de la amistad, de la juventud, sus excesos burbujenates como el champagne, sus ilusiones y mentiras creídas a ciegas, es recordar que en una época de nuestra vida, en la ya lejana Arcadia, existió la intensidad y el sentirse pleno, aunque fuera de forma fugaz. Tambien el retrato de una época y de la aristocracia inglesa, pero yo prefiero aferrarme a las historias de carne y hueso, las de Charles Ryder, futuro pintor arquitectónico, Sebastian Flyte, futuro dipsómano, y el osito Aloysius.
Si Yo Claudio introdujo en mí la depravación, Retorno a Brideshead aportó la exquisitez, la estética, el arte por el arte y la brevedad de los grandes, grandes momentos.
1 comentario:
Aclárate.¿Elogias o reniegas de la amistad (y las relaciones sociales)?
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