10 de septiembre de 2009

Tirando del hilo



Hace unas semanas me dejé caer por uno de esos tenderetes urbanos, donde se pueden encontrar libros de segunda mano, la mayor parte de ellos ajados, y con olor a cerrado o a humedad. Iba sin esperanzas, pero ya se sabe que quien busca, halla. Así que me topé con un catálogo del Museo del Prado de una exposición que en el año 1993 se dedicó a la pintura victoriana. Me fui con el libraco a casa tan feliz, y fui descubriendo cuadros y nombres interesantes y desconocidos. Pronto captó mi atención el lienzo que podéis ver al inicio, Compañeros de escuela, de Sir James Guthrie. Me sorprendió saber que en la larga época de la Reina Victoria, no solo había academicismo, o prerrafaelistas (por qué esa manía de decir prerrafaelitas? Acaso hay impresionitas, o modernitas?), sino pequeños grupúsculos, como el que siguió en su estilo la obra de un pintor francés, Jules Bastien-Lepage, prematuramente desaparecido, y del que advierto que tampoco las enciclopedias y libros generalistas al uso, proporcionan demasiada información. Otros pintores que siguieron a Bastien-Lepage fueron, por ejemplo, el matrimonio Forbes (Elizabeth y Stanhope)

Catalogado a veces como preimpresionista, parece que, sobre todo en los temas rústicos, le asemejan a Millet como hermano gemelo, aunque sin el misticismo de éste, sin descartar la cercanía de Courbet en lo que a realismo se refiere. Por lo que respecta a Guthrie, las similitudes con su modelo son obvias, como bien queda reflejado en el libro, con ese aire deliberadanmente tosco de ejecución o la muy elevada línea del horizonte. Pero este óleo maravilloso tiene encanto y personalidad propia, con unas figuras infantiles (sobre todo la niña que encabeza el camino a la escuela) que me han cautivado.

He decidido colocar hoy este cuadro, en el día de retorno al colegio de la chavalería patria, al menos en la región donde vivo. Cosas estas de la infancia que son imborrables, que poseen un sabor que nunca se degrada, estos tres hermanos o amigos, o vecinos de un pueblecito rural, sirven de homenaje al primer día de colegio, al madrugón incómodo, y a los nervios, a veces inexplicables ante lo desconocido del nuevo curso. Septiembre era entonces un mes bisagra, donde empezaba algo nuevo, se presagiaban cambios y evolución. Aunque coincido con amigos en que, si bien enero representa el inicio del año natural, septiembre lo es del vital tras las vacaciones, los septiembres actuales, los de este año y el anterior, los del último lustro, poseen una atonía, una grisura, una ausencia de cualquier encanto interior en nosotros, que a veces deprime.

Yo sí recuerdo los septiembres de mi infancia, y todavía evoco su olor, o esos primeros vientos que a finales de mes, nos hacían sacar jerseys del armario. Recuerdo la compra de los libros, cómo los olía y abría al azar, descubriendo lecciones que veríamos muy avanzado el curso, pero sin profundizar mucho en ellas, por temor a no desvelarlas antes de tiempo. El aroma de la madera de pinturas y lápices, los cartabones y escuadras, la tinta china o las témperas. Y el primer día de clase, cuando nos reunían en el salón de actos y nos soltaban el discurso bienintencionado, mientras asustados, comprobábamos que el temido profesor de mates nos había tocado en suerte y seguro que iría a por nosotros.

Durante septiembre, no había clases por la tarde, con lo que el inicio del curso era más leve. Además las fiestas de mi ciudad eran en ese mes, con lo cual ambos recuerdos se entremezclan. Los fuegos artificiales que veíamos mi madre y yo, apoyados en el mármol de un edificio que durante toda la tarde había recibido los rayos del sol. Aún recuerdo la agradable sensación de calor en mi espalda. O la visita a la Feria de Muestras, con el consabido bocadillo de salchichas con cocacola, el avión de corcho que volvía como un boomerang, o los limpiadores de gafas con sus milagrosos líquidos. O el espectáculo acróbata de los Hermanos Bordini, año tras año, en la Plaza Mayor.

Esas son mis evocaciones, mis recuerdos, mi vida. Hay cosas que han cambiado mucho en todo este tiempo, aunque otras son intemporales. Como en el bello cuadro de Guthrie, hemos captado un instante, dentro del itinerario de nuestra vida. Uno de los más hermosos, o al menos, de los que más huella deja a su paso. Por supuesto, la vida adulta tiene encantos y ventajas, pero en determinados puntos, me parece abotargada. Chicos que comenzáis hoy el curso, salud!

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