12 de noviembre de 2009

Manifiesto bjorkista

Mi relación con Bjork es casi tan antigua como el Imperio hitita, aunque no siempre fue tan intensa. Comenzó en aquellos finales de los 80 tan casposos hoy, cuando proliferaban las primeras antenas parabólicas, y yo veía una y otra vez el vídeo de la canción Regina de los Sugarcubes en el Super channel. Aquella puesta en escena me provocaba desasosiego, con sus muelas colgantes, el hombre avión y las bailarinas hawaianas. Bjorjk se me aparecía como un ente extraño, en perpetua indefinición, con sus poderosas cejas que casi se unían en el entrecejo. Parecía una heroína miltoniana ochentera, con una complejidad que me superaba. Los noventa fueron un desierto, lo que lamento con creces al no haber disfrutado en presente continuo de sus más grandes albumes. Fue en pleno siglo XXI, gracias a la benemérita labor de apostolado de un ex compañero de trabajo, cuyo nombre omito, y que me introdujo con mano bondadosa en el pop, cuando di el salto al vacío mágico de su música.

Aún recuerdo la fría tarde noche de un sábado anodino, cuando en una gran superficie vi sus álbumes rebajados, y me decanté por Debut, con la sensación de que quién me mandaba a mí meterme en este embrollo, con una música que presumía rara y anti-spársica. Por la noche, con mi discman Elbe de 22 euros, di al Play y los primeros acordes percutivos de Human Behaviour penetraron en mis pabellones. No sólo la canción se convirtió en fetiche, desde entonces soy incondicional de la gran islandesa, pese a la oposición a veces cercana, de personas que, supongo que me aprecian a pesar de su desbarre en este campo.

Qué tiene Bjork para mí? Por qué su poder, su atracción? En primer lugar, por su rostro. Es inclasificable, pero me capta con fuerza. Veo en él a un duende de narración boscosa celta, otras veces una imposisblidad facial no cubista, que la genética ha desmentido. Su nariz trampolín, la boca inquieta, los ojos que se entreabren como compuertas a un océano metafísico, las cejas, que a pesar de ser trabajadas de diversas formas mantienen ese grosor que los buenos estetas aprecian. El rostro de Bjork me maravilla, y pagaría por tener una valla publicitaria con él delante de mi dormitorio every morning, aunque anunciara galletas de coco.

En segundo luger, Bjork es una rara. Y a mucha honra, que diría yo. Es curioso, todo el mundo va de súperoriginal por la vida, con un ego a prueba de bombas , pero cuando tipos se salen de lo normal, rompen y apuestan por una imagen ajena a toda legitimidad, como Bjork o el Bowie de lejanas décadas, son tildados de raros como si se tratara del peor escupitajo posible. Eso me demuestra el borreguismo uniformador del que formamos parte casi todos. Yo adoro la raro, lo excéntrico lo oscuro, en todos los ámbitos de la vida. En ello pierdo tiempo, o quizá lo gane. El vestuario, las poses, los diseños de sus albumes, de su web, el barroquismo creativo de sus vídeo clips, es cualquier cosa menos normal, pedestre. Mi amigo Curro, en un acto de sabiduría que le honra, ya me dijo que el cuidado de la imagen de Bjork era dogma de fe. Nadie podrá negarlo, aunque aquí como en todo la dicotomía amo-odio será, supongo, más enconada.

Por ultimo su música. Laboratorio de sonidos, donde la electrónica toma carta de naturaleza, donde la guitarra queda preterida, olvidada en el cajón de su prehistoria. Si la música es como el Dios Jano, la de Bjork mira hacia el porvenir. Su gran póker creativo, Debut, Post, Homogenic y Vespertine. Quizá ya no alcance esas cotas de perfección, puesto que Volta, su último trabajo no acaba de ser redondo, pero aún mantengo la esperanza de que una melodía en apariencia disparatada, se convierta, con posteriores escuchas, en imprescindible.

Sí, Bjork, este no es ni el mejor manifiesto ni una entrada redonda pero al menos, eso te lo garantizo, es honrada. Sé que Dylan, Waits, Young, son grandes. Pero al lado de mi Bjork son como pulgas, como estreptococos con stratocasters. Es a veces, en los peores momentos, cuando acudo a ti, como en tu papel de Selma, esa Ley de Murphy hecha película con cámara sin trípode. Pero también la fugacidad gozosa en mi vida, a veces, lo consigo con tus discos. Cierro mi panegírico con un vídeo del You tube, del Human Behaviour, cuando tu juventud eclosionaba, como botellas recién abiertas. Lo único que lamento, que me duele, es no ser el chico de la pandereta que está cerca de ti, en el escenario.

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