29 de junio de 2009

El maravilloso mundo de las chapas




Yo creo que el Paraíso, de existir, tendría la forma de una gran terraza de verano, repleta de mesas y sillas y, sobre todo, de chapas por toda la explanada, chapas abolladas, dobladas, planas, boca arriba y boca abajo, todas ellas centelleantes gracias a un sol perpetuo. Y como el tiempo aquí no tiene razón de ser, Dios y todos nosotros, llevaríamos en la muñeca, en vez de un reloj, una chapa de Cinzano atada con una correa de cuero, por si nos ponemos mustios, basta con echarle una mirada y sentir de nuevo nuestra condición inmortal y eternamente infantil. Los ángeles serín camareros con abridores en su cintura, que continuamente usarían para que el suelo no quedara huérfano.

Yo creo que el último movimiento de la Cuarta sinfonía de Mahler es maravilloso, con esa canción donde los niños celebran un paraíso lleno de delicias sin fin, de comida y bebida y Santos que trabajan para ellos, pero echo en falta el lecho de chapas, y al os muchachos, con bolsas de plástico, que acuden a por ellas y luego se juntan, forman corros y juegan, protegidos por un parapeto de mármol con vistas al mar, como si se tratara de un cuadro de Alma Tadema. Yo creo que las chapas son la moneda corriente de las ganas eternas del juego, de la diversión que no admite el cansancio, de un tiempo dorado y breve, que merece su perpetuación tras la muerte.

No sé cuándo comenzó mi pasión por las chapas, no recuerdo el primer instante, el amor a primera vista. Puede que la chapa, con su pequeño tamaño, su forma circular, sus llamativos colores, sea para el infante un recordatorio del pezón materno. Yo, muchas vveces me he metido chapas en la boca, y he pasado la lengua por su cara interna, dulzona en las de refrescos y zumos, amarga en la cerveza, y a pesar del carácter antihigiénico de mi acto, siempre me ha colmado de placer.

Pero sí me acuerdo de haber formado dos equipos de chapas, las de Coca Cola contra las de San Miguel, con las que jugaba siempre un mismo partido, un Barcelona-At. Madrid legendario. Tendría 4 ó 5 años, el balón era una chapa de vermú, que era más pequeña y si estaba plana ejercía su función con probada eficacia. Recuerdo que las chapas de Coca cola tenía por debajo corcho, como las de los batidos, lo que otorgaba a sus disparos una potencia muy peligrosa. Siempre jugaba solo, y siempre busqué ser lo más imparcial posible en mis partidos, aunque reconozco que el Coca Cola Barça Team era mi favorito.

Más adelante diversifiqué mis competiciones, como hacemos todos. Hice vueltas ciclistas con más de cien chapas, que no solían superar la séptima etapa, aunque apuntaba las clasificaciones completas en cuadernos de espiral. Creo que, o bien perdí alguna dipotría en aquél titánico ejercicio, o adquirí la virtud de leer con soltura la letra pequeña de los prospectos de los medicamentos, probablemente las dos cosas. He hecho ligas oficiales, ligas individuales con un amigo por chapa, carreras donde toda la clase de mi colegio participaba, carreras de fórmula uno con chapas de idéntico color a los bólidos, mundiales de atletismo donde en vez de países, los grupos estaban formados por Refrescos de Naranja, de Limón , Zumos, Aguas, Batidos, etc.

Siempre di importancia a la marca de la chapa, frente a la costumbre imperante de darles la vuelta y rellenarlas con cera y fotos o dibujar los colores de los equipos de fútbol. Mis colegas de juegos no me entendían, aunque era muy parecido a coleccionar sellos o monedas. En aquellos tiempos en que no habíamos entrado en Europa, en los supermecados había poca bebida foránea. Por ello, cuando un amigo venía del extranjero con chapas novedosas, yo me volvía loco. Las cervezas alemanas se llevaban la palma con sus escudos heráldicos, sus leones o grifos rampantes. Me podía pasar una hora entera observando la chapa, extasiado, feliz. Llegaron más chapas, de Francia, Portugal, Checoslovaquia, Grecia, Italia, Reino Unido. Organcicé Eurocopas, más modestas, con 8 selecciones, con final four, oh que momentos!

Los años pasaron y siempre hay una tarde fatídica, cuando haces una limpieza de tu cuarto, en que, o bien te levantaste con el pie izquierdo, o estabas tonto, o querías demostrar que con ese acto pasabas a otro estadio de tu vida y adquirías una madurez respetable. El caso es que tiré mis chapas a la basura, no dejé ni un par de ellas como símbolo de mi pasión, aquella Mattoni que me trajeron de Chequia, o la portentosa Lowen Brau azul y plata con su león medieval. Cuánto lo he lamentado. Hay coleccionistas que fabrican planchas de metacrilato, donde colocan sus heroínas de metal para exhibirlas, a los entendidos, o a ellos mismos cuando un impulso interior les lleva a ello.

Por supuesto que nunca he olvidado mi pasión y que queda en mí una veta nostálgica. Aún recuerdo una edición de Bajo el Volcán, la novela de Lowry perteneciente a Circulo de Lectores, con fotos de etiquetas de tequilas, anises y chapas de cervezas mexicanas, obra de Alberto Gironella. Y con sorpresa, he decubierto que la manía de las chapas se perpetúa, y ha llevado a la creación de una Liga Oficial , donde gentes de todas las edades participan. Es un juego con un amplio y detallado Reglamento. Me ha sorprendido comprobar la existencia de páginas webs donde por ejemplo te puedes bajar las equipaciones de todos los equipos de la Champios League o Ligas europeas, con una fidelidad asombrosa. He visto también partidos filmados, finales de campeonatos, donde a veces hay cierta rutina, no se celebran los goles de forma entusiasta, pero que da gusto contemplar. Creo que el balón impide chutar con efectos. En esto el garbanzo de toda la vida era hijo del azar, sí, pero a veces describía unas curvas endiabladas en córners y faltas...

En fin, que no pararía de hablar de chapas, chapas y más chapas. Su forma, su sonido al caer al suelo, o al ser arrastrado o golpeado por cualquier niño, todo ello me embruja, y creo que lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos.

24 de junio de 2009

Fuseli, artista depravado



¿Cómo habrían tratado los nazis al pintor Fuseli (1741-1825), de haber vivido éste, por ejemplo, en el siglo veinte? Probablemente no le habrían hecho nada. Su condición de suizo, con la neutralidad que tal ciudadanía comporta, le eximiría de cualquier atentado a su persona. Otra cosa muy distinta sería su arte, sus cuadros y dibujos. Goebbels y compañía le habrían tildado de depravado, a veces lascivo, provocador, malsano, con tendencia al vicio, creador de estados de inquietud, lo que prefieran. Un degenerado en toda regla. En buena medida, Fuseli transmite esas sensaciones, aunque creo que en ellas radica su fuerza y su originalidad.

Fuseli es un artista al que se asocia con Inglaterra, pues allí vivió la parte final de su vida, imbricándose de lleno en la vida artística e institucional londinense. Es común hacer un paralelismo entre él y William Blake, como portadores de estilos personales, distintos al canon e innovadores. Aunque Blake parece más un visionario, y siempre transmite esa sensación de consumidor de sustancias que favorecen su creación, teoría planteada, pero creo que no demostrada, como un Baudelaire de la pintura, Fuseli entra más bien en el campo de creador de sensaciones en el espectador, mórbidas, sensuales o terroríficas.

Descubrí a Fuseli por casualidad, cuando en los años 80 fui al cine a ver un engendro de Ken Russell titulado Gothic, y que supuestamente reflejaba la época byroniana de principios del siglo XIX, con ribetes de terror. Por favor, quien quiera respirar las esencias de ese romanticismo, que vea en su lugar el film de Gonzalo Suárez Remando al viento, a años luz del fiasco de Russell. En el cartel de Gothic, se imitaba el cuadro más famoso de Fuseli, La Pesadilla, cuadro que de tan repetido en libros y webs, pierde parte de su frescura, aunque nos revela su mundo, y ese terror irracional en que que tanto gozamos contamplándolo. Después, fui buscando aquí y allá, y me hice con un libro en castellano, de Frederick Antal, publicado en la Colección La Balsa de la Medusa, de Visor, que con el título Estudios sobre Fuseli, nos ofrece una serie de ensayos que recorren la cronología vitla del pintor de Zurich.

Fuseli es un artista a caballo entre los siglos XVIII y XIX, y es uno de los paradigmas de ese prerromanticismo que recorrió el siglo de las luces, desmintiendo una racionalidad absoluta dentro de la época. Bebedor del Sturm und drang alemán en su etapa inicial, lector de autores conmo Shaftesbury y su teoría del entusiasmo, es en Italia donde toma contacto con la pintura manierista y de Miguel Angel, para con todo ello crear su estilo, alejado en mucho de lo que, por ejemplo, su contemporáneo David supone en Francia.

Fuseli es el pintor de los personajes hieráticos , de las cortesanas y mujeres esbeltas y fatales con sus vestidos ajustados, sus senos al desnudo o miradas con ojos agigantados, de los espectros, de los iconos de Shakespeare o de Milton. De toda la iconografía que pueda teransmitirnos una idea del terror, sea este romántico o gótico, en cualquier sector de las artes, los que de verdad me producen una identidad con sus épocas son los cuadros de Fuseli, las cárceles de Piranesi, que reflejan con su grandiosidad agresiva una angustia que me cuesta soportar, y las descripiciones de mazmorras, criptas o fortalezas que Sade refleja en su literatura. Después habría que esperar hasta Poe para hallarme en contextos similares y convincentes

He elegido, sin embargo, como cuadro para mi entrada una obra singular de Fuseli, Silencio, óleo del año 1800. Me parece original por lo extraño de la composición: una figura que destaca en la oscuridad, con su cabello echado hacia delante y una actitud defensiva de brazos cruzados. Me gusta porquer más allá del silencio nos transmite una sensación de desamparo, como si algo terrible la hubiera forzado a callar. No sabemos si es la locura, una profuda y desoladora tristeza, o un hundimiento total de la persona. También me gusta por su carácter abstracto, esquemático. Aunque se trata de una figura human o titánica (gigantismo del pie), podría facilmente descomponerse en las diagonales de los brazos, la vertical del pelo y la media luna de las piernas cruzadas, como si fuera una criatura deshumanizada.
Y es que Fuseli, según sus contemporáneos y estudiosos, fue un adelantado a su tiempo, un moderno en el mejor sentido de la palabra. Pero también un depravado e inquietante transmisor de las angustias y los miedos humanos, también esto en su mejor y más seductor sentido.

22 de junio de 2009

Maniobras estéticas en la infancia: Muerte en Venecia




Se llamaba Michael Spars. Tenía 12 años, cuando una noche, no recuerdo de qué mes, se sentó delante del televisor para ver la película de la semana. Era Muerte en Venecia, de Visconti. A los pocos minutos de su visionado, sintió un shock espasmódico-estético, sólo parangonable a una visión de un cuadro de Piero de la Francesca, un escote seductor en el puerto de Mónaco, o el golazo del Pichón Marcos en la final de Copa en Zaragoza. Deseaba a cada instante que Dirk Bogarde se cruzara de nuevo con el efebo, que sus miradas se encontraran, que el grácil joven fuera haciéndose consciente de su poder, del embrujo sobre el venerable compositor, trasunto de Mahler, pero fenecido en la ciudad de los canales como Wagner. En la escena del ascensor, donde Bogarde era presa del ahogo y de una posible congestión, nuestro hombre-niño deliraba.



Lo demás era accesorio, Silvana Mangano, los interiores de los hoteles, las casetas de los baños. Luego llegó la peste, la muerte, las gotas de tinte que resbalan por la sien de Bogarde. La película termina. Michael Spars, confuso, sale del salón, huye de la estancia, busca la soledad parapoder reflexionar, para poder tragarse la bola inmaterial que le obtura el pecho. Llega al dormitorio de sus padres. Qué hacer, cómo combatir este éxtasis, qué demonios me ha pasado? Pone en marcha el transistor que reposa en la mesilla. Y suena la cannción Souvenir, de OMD, y se produce la conexión, la magia, una asociación que perdudrará años, siglos o milenios, si el infierno o la metempsicosis son verdaderas. Cada vez que suene la canción Souvenir, llegará como un reflujo de infancia y de belleza, las escenas de Muerte en Venecia, Tadzio el niño polaco y el artista derrotado ante su visión.



Con el tiempo, Michael Spars, ya en su edad madura, aquejado por la misma búsqueda de lo estético, se pregunta, por qué me ocurrió aquello? Busca razones, las necesita. Descarta la homosexualidad como leit motiv, y se indigna con quien sólo vea en aquella relación, a un señor mayor que descubre que le gustan los muchachitos y si es en bañador a rayas, mejor. Una vez en una fiesta, amigos y conocidos le preguntaron a Spars por sus tendencias eróticas: " a mí me gustan las mujeres, pero donde esté un buen efebo..." Aquellos pobres infelices no captaron los puntos suspensivos de la frase de Spars, pensaron en lo equívoco de su tendencia, en una perturbadora ambigüedad. Nada de eso, el efebo valía como símbolo de la belleza. Da igual el sexo de la criatura, da igual que sea vegetal, animal o humano. La razón de su poder estriba en que desprende belleza. Sólo un ser sensible está capacitado para atender su reclamo, pero también un ser sensible puede ser destruído, si el cúmulo de perfección, como en el caso del joven polcao Tadzio, roza la divinidad. Es como un joven Apolo que ciega y agosta mis ojos, y a pesar de eso asumo el castigo como una bendición por poder contemplarlo.



Dos ideas o conceptos, presentes en la película, han modelado la plastilina blanda y pulida de mi cerebro, desde el día en que la vi. Una de ellas, es el concepto de enganchón, el hecho de gozar con la visión de lo amado, de lo deseado o admirado, retrasar al máximo cualquier acción, gozar y gozarme en una especie de voyerismo platónico, que jamás roza la vulgaridad. No se trata de espiar a alguien a punto de desnudarse en una alcoba, sino de descubrir en lo cotidiano la belleza, en otorgar a lo transitorio carta de naturaleza con mi observación, que también sirve de homenaje.



La iotra idea es el concepto de ciudad decadente o enferma , como la Venecia aquejada por la peste en la película. Percibo en las fotos del pasado un realismo que me es propio, con un cierto toque malsano o de enfermedad, de lepra sobre el papel de la foto o las personas que la integran. Si veo fotos antiguas de Alejandría me viene a la mente el ya enfermo Kavafis, las tabernas, los callejones, sus olores acres, la humedad de sus paredes desconchadas. Qué decir de la Trieste de Italo Svevo, calles adoquinadas, edificios almohadillados, cobran vida, son míos, o yo soy de ellos. O las fotos de Rimbaud, en Africa, diluidas, que parecen presagiar el cáncer que posteriormente roería al poeta francés.



Todo esto es, ha sido, y será Muerte en Venecia para mí. Es curioso que el album de OMD donde está el tema Souvenir se titule Arquitectura y Moralidad. Pues esta película trata para mí esos dos temas, la ciudad como suprema creación arquitectónica, o suma de arquitecturas, y la moralidad de quien al menos se plantea la relación entre los dos protagonistas del film, y en la que tiene que tomar partidop por sus opiniones, bordeen estas o no la cuestión moral. Lo que demuestra, que Michael Spars, sin necesidad de dioses, sí cree en ciertas conexiones de las cosas.



Discos baratos: homenaje a Nadir Madriles



Cuando empecé a comprar discos, allá por los finales de los 80 y primeros 90, tenía una cosa clara: con el poco dinero que me daban de propina, no se podían hacer milagros. Además en el campo que a mí me gustaba por entonces, la música antigua y barroca con instrumentos de época, había pocas versiones baratas, como mucho un sampler con catálogo de alguna discográfica, con lo cual no me quedaba otra opción que escuchar la radio y grabar en cinta todo lo que pudiera interesarme. Hubo excepciones, como aquella Reina de las Hadas dirigida por Alfred Deller en el sello Harmonia Mundi,que me regalaron por mi cumpeaños, pero el panorama en este campo era desértico.


Pasaron los años y mis gustos se ampliaron. Me interesaba ya toda la historia de la música clásica, y fue entonces cuando apareció en mi vida de melómano, una sección de la revista musical Scherzo, que tenía por nombre el Baratillo. Se trataba de una página que guiaba al comprador de pocos posibles, ofreciendo versiones de discográficas desconocidas y cuyo precio era inferior a las mil pesetas la unidad, norma esta que no fue modificada a lo largo del tiempo que duró la sección. El autor del Baratillo, que respondía al nombre-seudónimo de Nadir Madriles, llamaba a todo este conjunto de sellos de medio pelo el "circuito asilvestrado". Solía hacer sus compras en Madrid, en tiendas como Vips, La Metralleta, Madrid Rock, MF, y otros garitos y zahúrdas que por la capital pululaban, además de las grandes superficies. Era una empresa de riesgo incierto y romántica, pero que daba a la búsqueda de estas gangas un atreactivo especial.


Los sellos baratos tuvieron su eclosión y su edad dorada en la década de los noventa. Abundaron al principio las grabaciones de orquestas de Europa del Este, sobre todo las eslovacas, dirigidas en algunos casos por directores conocidos y de calidad, como Zdenek Kosler, Libor Pesek o Vaclav Smetacek. Una fórmula que también usó un incipiente sello llamado Naxos, que luego ha dado el salto hasta convertirse en líder de ventas con su política de precios ajustados. El sello barato debía ser por naturaleza cutre: ausencia total de libreto, incluso había casos donde no se encontraba ni el minutaje, portadas horrorosas, y, por desgracia en muchos casos, información falsa. Se estableció la costumbre en algunas firmas de usar nombres ficticios de orquestas y directores. Alfred Scholz, Carlo Pantelli, Henry Adolph o Alberto Lizzio, son ejemplos paradigmáticos de lo que digo. Estos nombres falsos encubrían un buen ramillete de grabaciones, muchas de ellas procedentes de radios, como la ORF, y otras de directores u orquestas de más relumbrón, pero que por mor de los contratos, oscurecían su identidad. Aunque se han establecido listas que permiten descifrar alguno de estos discos, era preferibles pasarlos por alto.
Una lista no completa ni exhaustiva de estos sellos servirá de ejemplo para comprobar como tuvieron su mercado en aquellos lejanos años: Pilz, Point Classics, Opera, Opera Magics, Gold Classics, Prestige Classics, Virtuoso, Nota Blu, Vienna Classics, Disky, Tim, Zyx, Donau, Laserlight, Viola, The World of the Opera, Lincorne Classics, Bella Musica, Saphir, Vox, Cirrus, etcétera. También entró en liza el mundo de las licencias. Muchas casas se aprovisionaron de grabaciones antiguas, con mejor o peor fortuna en sus reprocesados, con lo que un comprador de gangas podía hacerse con grabaciones de Furtwangler, o Pau Casals, o Arthur Schnabel por poner tres ejemplos al azar, e incluso grabaciones en perfecto estéreo de Kurt Sanderling o André Cluytens.
Las búsquedas de Madriles daban unos frutos portentosos que los lectores de la revista devorábamos con fruición. Se llegó a establecer una red epistolar o de mails entre Don Nadir y los distintos aficionados. Algunos discos de los reseñados llegaban a las provincias, otros no pasaban de Madrid, o, lo que era peor, del extranjero, provocando más de una protesta respetuosa. Con la llegada de Internet, la compra por la red permitía opciones más diversificadas. Cuanto más raro fuera el album, mayor placer producía su compra.
Pero todo llega a su fin. Muchos de estos sellos fueron desapareciendo, poco a poco. Al final el panorama se clarificó bastante. Naxos había abandonado su cutrez inicial y era ya una multinacional. El pastel se lo acabaron repartiendo la firma holandesa Brilliant, que hoy también ha elevado su status, y la alemana Membran, heredera de Tim, que aunque menos cuidadosa que sus hermanas, sí tiene joyas apreciadas por los discófilos, como las cajas dedicadas a cantantes del pasado, o la magna edición Raucheisen. Otros sellos como Archipel o Andromeda, andan bastante perdidos hoy en día. Ante esta situación más bien pobre, Nadir Madriles decidió dejarlo, a principios de este siglo, más o menos. A todos nos dolió y creímos que al moribundo le podía quedar algún año más de vida. Pero el tiempo le ha dado la razón al bueno de Don Nadir. Supo retirarse a tiempo.
Hoy en día, con una industria del disco que agoniza, y que sin respeto por el amante del soporte físico, sea este vinilo, cd o dvd, parece que vuelca todas sus fuerzas en el negocio por la red, una vista atrás a aquellos años de primacía del compact disc, donde florecían como setas sellos cutres, me sirve para homenajear a Nadir Madriles y a su política de compra inteligente, en la que no siempre lo bueno sale caro. Incluso yo, que ahora podría permitirme compras más caras, sigo fijando mi presupuesto máximo en 7 euros, y en casos de rebaja, no menos del 50%, demostrando con ello haber llegado a ser un buen discípulo de tan gran maestro.

18 de junio de 2009

Lo que me evoca el 1er movimiento de la 4ª sinfonía de Malcolm Arnold






















Amo la música. Me encanta comprar discos, ir a conciertos. Pero no sé música. Conozco los rudimentos, las escalas y modos, el círculo de quintas, el concepto de acorde, sé lo que es un canon, una fuga o la forma sonata. Pero una partitura completa, es para mí un arcano. Sin embargo soy de los que disfruta con la pregunta de por qué la música consigue emocionarme a pesar de mi ignorancia. Parece como si hubiera algo por encima de la técnica, algo misterioso e insondable que ha intrigado a filósofos de todos los tiempos (Platón y Schopenhauer son ejemplos de manual), y sigue justificando nuestra compulsiva necesidad de escucha, como si fuese una droga auditiva que en vez de destruirnos nos fortalece y eleva.















Hoy voy a hablar de las emociones que la música me transmite, de lo que me evoca. Puede ser una sensación física de placer, puede moverme al recuerdo, ser sinónimo de una imagen, traerme un aroma, una vivencia, o agudizar una pena. El cúmulo de situaciones es infinito. Utilizaré como ejemplo el primer movimiento de la 4ª sinfonía de Malcolm Arnold. Me acerqué a este compositor británico gracias a su biografía,llena de luces y también de sombras, algunas terribles. Más conocido por sus bandas sonoras, me adentré en su corpus sinfónico, que suma un total de nueve partituras en su haber. Adquirí el ciclo que para la firma Naxos, grabó Andrew Penny con la Orquesta Nacional de Irlanda, y con la presencia del compositor en algunas de las sesiones de grabación y que utilizaré para las cuestiones de minutaje.
















La cuarta sinfonía se compuso y estrenó en 1960. El clima tenso que se respiraba en Notting Hill por entonces, y que motivó la creación de su famoso Carnaval, parece que inspiró a Arnold en el uso de percusiones y ritmos africanos e indios, no sé si a modo de protesta o gesto solidario. Es fácil de escuchar y no tiene ninguna dificultad para un oyente medio. El primer movimiento me ha obsesionado desde que lo escuché por vez primera. En apariencia sencillo, sólo usa tres temas fundamentales que reaparcen en diversos momentos o son reelaborados, con secciones de enlace a cargo, fundamentalmente, de metales y percusión. Cada uno uno de estos tres temas me provoca sensaciones diversas. Yo les denomino, respectivamente, Tema físico, Tema Bullit y Tema David Niven.












El primer Tema, Tema A o físico aparece pronto, alos 21", y en 5´22" es tocado atractivamente por trompetas, aunque en 9, 30" alcanza un clímax que personalmente es el que prefiero. No es complejo ni barroco,al principio simplemente es enunciado por las cuerdas. Es breve y a mí me entra a la directa. Le llamo Tema físico, porque produce en mí las sensaciones placenteras que considero típicas al oír música: una punzada en la boca del estómago, más o menos permanente y, o, en su defecto, un hormigueo en la zona de la columna junto a la base del cráneo, que irradia hacia el resto del cuerpo un bienestar relajante. He comprobado que dichas sensaciones eran más intensas y continuas en mi infancia y juventud, pero todavía se siguen produciendo, lo que demuestra que no estoy muerto del todo.
















Con el Tema B o Bullit entramos en las sensaciones visuales. Cuando lo escucho me imagino una película o telefilm de policías yanquis de los 60. Elijo Bullit porque la imagen de McQueen es la que mi mente dibuja, jersey o sueter de cuello vuelto, y pistola debajo de la axila, pero me gusta pensar en una película imaginaria, inventada por mí, eso sí, llena de todos los tópicos consabidos del género El Tema se anuncia de forma breve a los 2´10" pero es a los 10´44" cuando adquiere un protagonismo absoluto de banda sonora. Su percusión y el uso de las flautas me transmiten angustia, preocupación, un argumento que se enrevesa, primeros planos de los rostros de los polis, que saben que algo no va bien, división de la pantalla en pequeñas viñetas que nos informan de diversas tramas dentro del supuesto film: el soplón no aparece a la hora, no suena la llamada del agente infiltrado, la chica del bar de mala muerte y vestido rojo, toma un avión para Chicago, sin una razón aparente, el prota, que ha tenido que entregar arma y placa a su jefe, y está al borde del divorcio, mira con preocupación al vacío, imágenes de cristales rotos, un cenicero lleno, whisky, una ruleta de juego, llantas de neumático en movimiento, autopistas, aeropuertos, maletines. Y por supuesto, Robert Vaughn, con su rictus de amargado.












Un aroma retro invade mi escucha cuando brota el Tema C, David Niven. Almíbar en tecnicolor. Aparece en 2´43" y se va repitiendo alo largo de la pieza, tomando a veces un cariz intimista . David Niven, con smoking blanco, y ya lejana su juventud, se halla con su amante también de mediana edad, en una oscura pérgola. A lo lejos, la orquestina y los farolillos. Bajo la hiedra, las estatuas de unos amorcillos son testigos de una escena de galanteo pasado de moda, ceremonial, exquisito y envarado. Echando la vista atrás, descubriendo que una llama pervive en sus corazones, enamorados, casi más del amor que de ellos mismos, bailan gracias a la lejana melodía, sus rostros pegados mejilla con mejilla, el ruido de las hojas muertas pisadas, y las estrellas y la brisa, culminan el idilio. Digna puesta es escena para una comedia de estilo británico, que podría haber dirigido David Lean, con el que Malcolm Arnold colaboró tantas veces.









Un inciso final: hay un DVD sobre la vida de Malcolm Arnold, dirigido por Tony Palmer, titulado"Toward the unknown region", en el que se analizan detalles de la vida el compositor británico, con testimonios de quienes le conocieron. Su atractivo se ve lastrado por la ausencia de subtítulos en castelleno pero dejo abierta la puerta a su adquisición.

16 de junio de 2009

De compras



El pasado fin de semana me acerqué a una conocida librería de mi ciudad, en busca de alguna oferta tentadora. Y tuve la fortuna de encontrarme con una selección de libros de la editorial Taschen rebajados. Esta firma alemana es una de mis favoritas, no sólo por su exquisita edición sino sobre todo por otorgar a sus creaciones un sello propio, inconfundible, de la casa, da igual que nos hablen de historia del arte, diseño, interiores o erotismo, por poner ejemplos conocidos. Su celebración del 25 aniversario con especiales ediciones me trae al memoria algunos libros como los de Piranesi, el dedicado al arte simbolista, o una jugosa Erotica Universalis.




Me hubiera gustado llevarme toda la torreta a casa, pero había que seleccionar, y lo hice, de forma inconsciente, con temas relacionados con la década de lo 60. Elegí en primer lugar un libro de fotos del actor Steve Mcqueen, realizadas por su amigo el fotógrafo William Claxton, quien ha desarrollado una fructífera carrera y es bien conocido por sus instantáneas sobre el mundo del jazz (publicadas también por Taschen) y muy especialmente en el caso de Chet Baker. Creía encontrar en el libro una imagen, en cierto modo, esteretotipada del actor, y de una época, loa años 60, y sin embargo, Claxton ha sabido lograr en sus retratos la búsqueda de momentos íntimos y de un Steve Mcqueen solitario, que desprende cierta desnudez emocional.



No faltan las referencias a sus pasiones conocidas de motos y autos (vemos desfilar Ferraris y Triumphs), ni descansos en rodajes donde es fácil encontrar una química profunda entre Mcqueen y sus compañeras de reparto (como por ejemplo, Lee Remick y Natalie Wood, bellísimas las dos), pero yo destacaría una excursión por la costa californiana de Steve, Claxton y sus esposas, donde la sensación de relajación, placidez, y alegría de vivir son formidables. Predominio de blanco y negro, y acertados comentarios y breves pies de foto que hacen de este libro una muy estimulante experiencia.


La agradable sorpresa me la he llevado con el otro volumen adquirido. Se trata de la serie que Dian Hanson, editor erótico y pornográfico, dedica a las revistas para hombres a lo largo de la historia. Al final me decanté por el número dedicado a los años 60, por la magnífica portada que para la revista Modern Man realizó la inabarcable, divina, exhuberante y gloriosa Jayne Mansfield. Para sus detractores, una Marilyn de serie B. Para mí, poderoso cine de autor. Esperaba encontrarme el típico ramillete de bellezas de calendario o portada, pero a cambio, el libro es un interesante estudio sociológico sobre las transformaciones que se produjeron en la edición de revistas para hombres entre finales de los 50 y principios de los 60, como la influencia del estilo hippy, que fue arrinconando al burlesque de los años 50 ó 40. También se hace mención de la lucha por incluir las publicaciones de sexo explícito dentro de la legalidad, en lo que Escandinavia jugó un papel fundamental, con la figura de Berth Milton y su conocida revista Private.
Pero el nonbre fundamental de esta década es Hugh Heffner y su criatura, Playboy. No sólo diseñó un modelo de revista, imitado después por publicaciones en Francia o Italia , y que trajo como consecuencia también una mejora en la calidad del papel, abandonando el pulp de antaño, sino que Playboy se adueñó de un atractivo "lifestyle" con su publicación, donde las chicas eran tan sólo una parte, importante eso sí, del producto, y sus lectores adqurían un estatus y se abandonaba esa incómoda sensación de clandestinidad que conllevaba en el pasado la lectura de una revista de desnudos exclusivos.
Referencias al humor gráfico erótico con el genial Bill Ward a la cabeza, las fotonovelas italianas, la cultura del sexo en Amsterdam o Hamburgo, la rivalidad de Penthouse, Lui, revista francesa por antonomasia dentro del género... Los temas son inagotables y hacen de este libro un compendio enciclopédico. Me comprometo desde ahora a comprarme los demás volúmenes. Al tiempo.




11 de junio de 2009

Yo tenía un amigo que se compró el Max Mix 3, o la celulitis de CC Catch.









Deliciosos 80! Todavía percibo vuestra fragancia, aquellas tardes en que iba a casa de mi amigo, cuyo nombre obviaré, y me detenía en el puesto de helados Miko, a por mi polo de hielo sabor cola, pues el Drácula superaba mi presupuesto. Cien o doscientos metros más allá, oh Dios!, Miko premio en el palillo del polo, marcha atrás, nueva compra, el mundo tenía sentido (siempre te quedaba la opción de mangar el Miko premio del alumno incauto que lo dejaba en el pupitre, aunque no abusé de esta práctica).


Mi amigo era un fan del Max Mix. Como yo nunca tuve tocadiscos, y tampoco me molaba lo de las mezclas, veía aquellos ejemplares como extrañezas que no requerian mi atención. Una vez me habló de un artilugio para hacer mezclas, y creo que me sacó un plasticazo fosforito que puso en el plato, y que no llegó a usar, no sé si por desconocimiento o por un pudor que me pareció sospechoso. Mezcla, mezcla, lo que se dice mezcla, yo no oí nada, pero el bicho debía funcionar, pues no recuerdo demandas en los telediarios o escándalos al respecto, no como los explosivos Peta Zetas, que fueron retirados del mercado por su enorme peligrosidad.


Yo iba a casa de mi amigo por su ordenador Spectrum, ese que tenía las teclas de plástico, y ahora cuando lo ves te da una sensación de liliputiense, que da escalofríos. Poníamos a funcionar la cassete con los juegos (qué ruido hacía aquello al cargarse, como un siroco electrostático en Nevada), y nos poníamos las pilas con una arcaica y olvidable versión de Indiana Jones, supongo que en su segunda secuela, The Temple of the Doom, que vi con gastritis y me pareció aún más de pesadilla. Personalmente prefería ir a los salones recreativos, y jugar al Zero Time, con sus ensamblajes dificultosos, aquellas bolas que se cruzaban en diagonales homicidas y una banda sonora antológica.


Mi amigo estaba enamorado de CC Catch, ya sabéis, la versión menos peluda de Modern Talking, una chica bien guapa, con bellos ojos azules. Yo conocía su música de un anuncio de la tele donde salía Mari Cruz Soriano diciendo: "bienvenido al mundo de Lanas Stop". Y la Catch, dándole al estribillo. Dije que era menos peluda, pero mi amigo tenía un póster de la diva en su cuarto, donde aparecía con camiseta de tirantes y vello en las axilas, no diré selvático pero tampoco rasurado. Yo no sabía entonces que a las francesas parece que les gusta ir no muy depiladitas, pero nos da igual porque la Catch era holandesa adoptada by the germans. Yo protestaba ante la desfachatez y atentado contra la femineidad, y mi amigo se defendía con escasa convicción.


Pero el tema candente de nuestras discusiones sobre la cantante de marras, aparte de la enorme variedad de su música en estilo y producción, era el de su hipotética celulitis. Se la había visto en la tele española, cantando con pantalones ceñidos que denotaban alguna anormalidad subcutánea. Os juro que fui testigo y que el tema era vox populi en corrrillos colegiales .Mi amigo negaba la mayor:


-Oye, que CC Catch tiene celulitis.

-No es verdad.

-Que sí, que lo he visto.

-CC Catch no tiene celulitis. Y punto.


Lo cierto es que ahora busco fotos de cuerpo entero de nuestra chica y no encuentro ninguna que atestigüe lo que digo. A este paso visitaré las hemerotecas. A lo mejor no llevo razón, y en la adolescencia el concepto celulítico no está formado del todo. O quizá se ha tirado de fotoshop. Vivo en un drama relativo, porque a mí CC Catch me caía bien, era guapetona y simpática, y su celulitis, de haberla, me es indiferente, tan solo se trataba de chinchar al platónico admirador. Todo este asunto me ha servido para recordar una época de mi vida feliz, y a mi amigo, ahora lejano a mí, pero entonces eternamente presente.










9 de junio de 2009

Los Hermanos Macana






Cansado de una Fórmula 1 monótona y aburrida, es un momento perfecto para evocar la serie de dibujos animados Autos Locos. Que conste que casi la había olvidado, y de forma injusta, pues es una de las pocas series en que cada vez que aparecía un capítulo en mi infancia televisiva, me absorbía desde el primer segundo. Algo que no siempre conseguían los de Hanna Barbera, pongamos como ejemplos de lo contrario el Lagarto Juancho, Magila Gorila o Pepepótamo (quizá si los veo ahora, con una copa de más, cambie mi opinión).
No voy a insistir en el contenido de esta serie de disparatadas carreras. En la red hay suficiente información al respecto. Sí he pulsado la opinión de los que me rodeaban estos días. La gran mayoría la recordaba, y en especial todos hacían hincapié en el perro Patán, el de la risa afónica. Me ha sorprendido el que sólo se hiciesen 17 capítulos, con 34 carreras en total. Creo que nunca los seguí de forma cronológica y que en mi infancia la televisión aprovechaba los momentos muertos para encasquetarnos algún capítulo.
Uno de los méritosos de Autos Locos estriba en que cualquiera podía ganar la carrera. Dando por hecho que Pierre Nodoyuna jamás consiguió la victoria y que era connnatural al personaje, todos los demás se hicieron con el triunfo, creo que acertadamente. Hubiera sido un error que los guapos oficiales, Penélope Glamour y Pedro Bello, obtuvieran siempre los laureles. Hoy en día, si la serie continuara, esto dos galanes tendrían el rostro de la Jolie y el Pitt y aburrirían con sus triunfos, como Button. Arrghhh.
Pero mis personajes favoritos eran los hermanos Macana, los trogloditas melenudos, que, con un trabajo bien hecho, sin perder nunca el Norte, consiguieron muy buenas puntuaciones. Personajes de llavero, iconoclastas en un contexto surrealista, su sistema de cachiporrazo a la cabeza como complemento a la valocidad de su auto era la leche. Esa filosofía del chichón querido, deseado, masoquismo deportivo, loa al esfuerzo como dolor, tenía su gracia, aunque de pequeños lo que nos molaba erea su continuo memporreo.

No conozco biografía oficial de los Macana, pero parece obvia una procedencia americana rural, tal vez Stapleton, no lo sé. Simpáticos, solidarios pero apartados, con el continuo rechazo del elemento femenino, las revistas del motor ofrecieron a los hermanos-tal vez gemelos?-, la válvula de escape, la vocación anhelada. Contaron con el apoyo de sus padres? Debieron romper la férula paterna y la llanura americana y el rally de los autos locos fueron la excusa perfecta? Quién lo sabe. Seguro que en su adolescencia, el garaje-taller de roca fue testigo de una iniciación curtida por el dolor del mamporro disciplinado. Hoy les imagino viviendo juntos, pegados a los dvds de sus triunfos pretéritos, cercanos en el gruñido y adorados por sus fans.
No sé si la serie se ha editado en España , no lo creo, pero es un rescate necesario. Sería un artículo de coleccionista, de culto, una nueva hoja en el album del frikismo. O quizá no, quizá fue una serie bien pensada, inteligente e imaginativa. Espero que resista el paso del tiempo. Pero mientras trato de averiguar más cosas, aquí está mi homenaje a los Macana. Os quiero chicos!

7 de junio de 2009

Arte y realidad




La primera vez que mi amigo Curro y yo vimos el cuadro Hylas y las ninfas de Waterhouse, quedamos impresionados. Nuestra afición por la pintura prerrafaelita era conocida, pese a sus detractores y a quienes creen que el arte por el arte merece condena. De nada vale decir que Rossetti no dibuje bien o que copie de forma constante y obsesiva la imagen de Jane Morris, mujer con un mentón tan prominente y bello que sólo es igualado en mis fantasías estéticas por la actriz Julianne Moore. Y la androginia boticelliana de Burne Jones no sólo es un handicap, sino una virtud de su pintura. En Waterhouse podemos ver también la repetición del rostro femenino, infantil e ingenuo pero que a la vez puede llevarte a aguas insondables y tramposas. Ese Hylas que, de forma graciosa, comparábamos con el futbolista Nadal, está derrotado de antemano, como Curro y yo, por la atmósfera de mito, de irrealidad del arte, de placenta en la que a veces los sensibles queremos escondernos para huir de la realidad gris. Este medievallismo prerrafaelita, este narcótico del alma, que implica cierto grado de cobardía, pero también una búsqueda de rincones elegidos, nos subyugaba. Por eso nos empeñamos en saber quién era Waterhouse. La ética y la estética pedían a gritos su unión. Waterhouse debía ser un joven caballero rubio, de altas dotes espirituales, plenamente aristocrático. Creo que fue en un libro de Luis Antonio de Villena, donde vimos al artista: mayor, barbudo, decimonónico, impersonal. A sus pies un perro indefinido, sin una gracia especial, fiel, eso sí, pero no egregio. Jamás el choque con la realidad fue tan abrupto. Por eso, amigo Curro, aún sabiendo que nosotros debemos mirar de frente a lo real, esta metáfora del cuadro y la foto, del arte y la vida, de lo elevado y lo pedestre, nos invita a la reflexión.

Suzzana Hamilton, viejo amor de juventud


Hoy quiero homenajear, en ese imaginario femenino que me caracteriza, a esta actriz a quien sólo he visto en Memorias de Africa y, sobre todo, en 1984, versión no perfecta de la novela de Orwell. Y no me refiero a la biografía de la actriz sino al personaje que interpreta, Julia, la rebelde al sistema, que nos hace descubrir que el sexo puede llegar a ser un acto político. Desde entonces, la mujer deseable del sistema totalitario se me aparece como la bella Suzzana, con un mono azul, ceñido por un pañuelo, digamos de color rojo, cuyas caderas denotan la femineidad en estado puro, el fruto maduro y almibarado. La belleza de la Hamilton me recuerda la agreste frescura de un huerto con manzanos. En un mundo totalitario, oscuro, donde el ideal es anegado por la política espuria del más mediocre politburó, Hamilton o Julia o cualquier mujer en quien el deseo se transforma en leit motiv existencial, cuentan con mi apoyo. Jamás deseé tanto ser Winston Smith, pese a sus varices en el tobillo , o la pésima calidad del licor del Partido, la grisura de fachadas del fantasmal Londres, los papeles de propaganda que revolotean en los suburbios, el ojo que te vigila. Suzzana es la promesa de una tarde en cualquier lecho, el sabor esperanzado de sus senos, la almohada de su vientre, su hermosura eterna. Oh, Suzzana, cuando ya no haya esperanza, aparece en mi oficina y coloca en mi mano un papel con tus señas,. Prometo visitarte.